El rincón de las arañas
Prof. Hermes J. Sanabria
Vivimos más que nunca en la era de la imagen. Que todo (o casi todo) entra por los ojos, ya lo sabemos desde hace tiempo, pero no es un hecho a menospreciar que lo visual es hoy la vedette. Sin ir más lejos, fíjese el revuelo que se armó por el lanzamiento de la nueva camiseta de Uruguay. Que si es linda, que si es fea, que si el sol sí o el sol no, que si la presentación en Casapueblo está bien o está mal, que no puede ser que seamos uno de los únicos vestidos por Puma…
El uruguayo de hoy ya es un avezado crítico de diseño. De lo que sea, incluso de camisetas de futbol. Y mucho más, si se trata de la del equipo que nos representa a todos. Es que el mundo actual pertenece a lo visual. Es un mundo en el que los actores de los viejos radioteatros no tendrían lugar, por mejor voz que tuvieran. No se asombre, si dentro de poco tenemos espacios televisivos dedicados a que expertos en estética den su veredicto sobre los cánones de belleza que deberán portar los defensores de la celeste, por sobre sus eventuales condiciones con la pelota. Aquellos sommeliers de la estética, le dirán que el fútbol es un espectáculo, y que si nuestro número 5 puede combinar buena marca y sensibilidad en los pies con una altura de más de 1.85 y facciones agradables, ¿por qué limitarnos a tener a jugadores que solamente cumplan una función y no puedan desfilar sin problemas en una pasarela?
Ojo, a este cronista le resulta excesivo tanto culto a la imagen. A fin de cuentas, nunca nos fijamos tanto en cómo era la camiseta de la selección, sino en la forma en la que nos representaba. Dicho esto, que no se nos vaya la mano con privilegiar tanto el envase por sobre la esencia. Que, en uno de esos arrebatos locos de la moda, no nos dé por innovar y decidir que un buen día la camiseta de la selección uruguaya pueda ser de otro color. Hay un límite, que no es otro que aquel que dice que por más que la hagan más ajustada, le pongan un sol de Paéz Vilaró o un gaucho de Blanes en el pecho, que tenga marca o que no; siempre deberá ser celeste.
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