El rincón de las arañas
Prof. Hermes J. Sanabria
Al expresarse uno contra el vedetismo, cabe aclarar que refiere al ámbito futbolístico. Jamás tendríamos nada contra aquellas primeras figuras femeninas que tanto han dado al mundo del espectáculo, con epicentro en una París a la que justamente hoy los focos muestran como escenario de disputas por la marquesina. Pero nos toca hablar de fútbol, y es ahí donde los vedetismos no tienen lugar o no deberían tenerlo. Claro, siempre que hay brasileños de por medio, es difícil separar a la pelota del carnaval.
Siempre, pero siempre, el norteño va a querer “hacer la suya”. Eso lo tuvimos bien claro cuando hace muchos años, un contratista nos quiso acercar al plantel del Sportivo Carabelas de Don Torcuato a dos brasileños que la rompían. Ya cuando nos dijeron que además de jugar como los dioses, eran bailarines y músicos, dimos las gracias y nos quedamos con los muchachos que hacían 8 horas aparte del fútbol. Cuestión de postura ante la vida, tal vez.
Cualquiera que haya sido parte de un vestuario, sabe que hay ciertos códigos que conviene respetar. Acá, en París y en Japón. Uno no puede caer a un lugar y pretender imponerse como líder, o que lo quieran sin ganárselo. Es por eso, que hoy rechina tanto la actitud de este muchacho Neymar, quien en Barcelona aguantaba callado ser un importante actor de reparto y se subordinaba a sus amigos rioplatenses. Pero un día, al brasileño le salió el brasileño de adentro y bien sabemos lo que ello implica.
Amparado por un séquito de compatriotas, Neymar le quiere ganar el vestuario a Cavani, quien para nuestro gusto está siendo demasiado caballero. Siempre, el uruguayo será de perfil más bajo, pero no por eso deberá dejar que le pasen por encima. No importa que la gente esté de su lado, que todos los integrantes del plantel que no son brasileños también lo estén. Fuera de los focos, lejos de la vorágine mediática, hay que aclarar los tantos. Con clase, con estilo uruguayo y con claridad meridiana, hay que sentarse a tomar un café y dejarle en claro al que quiere ser el “muchachito de la película” cómo son las cosas.
Claro, todo sería más fácil si hubiera un técnico que no se intimidara por los 222 millones que costó el pase de Neymar ni por el gesto adusto de los jeques. En el campito, en la liga barrial, en el solteros contra casados o en el súper profesionalismo, si un compañero está por batir un récord y justo hay un penal, se lo cede con una sonrisa y por una vez en la vida se comporta como gente. Las “vedettes”, en todo caso, en el Carnaval de Río o en los teatros de revistas parisinos. Para este cronista, al igual que para cualquier uruguayo, las lentejuelas y la brillantina son para otros entornos, no menos dignos que el fútbol. Para que alguien le avise a Neymar que se equivocó de ambiente.
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