El rincón de las arañas
Prof. Hermes J. Sanabria
De sobra saben los lectores el vínculo que nos une a la querida República Argentina, tierra que nos ha cobijado por casi media vida y en la que hemos tenido la oportunidad de ejercer la hermosa profesión de director técnico. Cualquier expresión de agradecimiento sería poca, pero ese amor no nos impide transformarnos en críticos si la situación así lo requiere. ¿Quién se hará cargo de las toneladas de asado y chorizos compradas para amenizar previas en ambos márgenes del Plata?, ¿quién nos devuelve las horas de sometimiento al bombardeo mediático voluntario o involuntario?, ¿quién se hace cargo de la paternidad de las barras bravas?, ¿quién nos devuelve la Libertadores?
Cuando algo está mal, está mal. En cualquier época y en cualquier lugar. No se trata de decir que los argentinos son una manga de ladrones del primero al último, no, porque tampoco es para tanto. Pero lo que sí es cierto, es que crearon un monstruo que no supieron controlar: “La final del mundo” de la Libertadores resultó ser un Frankenstein dentro de otro, porque ya sabemos el monstruito en el que se han transformado las famosas “barras bravas”. ¿Conclusión? Cuando el mundo pensaba que el detalle del diluvio acaecido en ocasión del partido de ida iba a ser recordado por años, nadie imaginó que pronto iba a quedar en el olvido. Como el resultado de aquel partido.
Que se juega la final en Catar, en Paraguay, en Génova o en un portaaviones; han sido opciones manejadas por la prensa y por la opinión pública. Lo que ha manejado la Conmebol, no lo sabemos, pero tenemos claro que no se caracteriza por su buen manejo. En nada. De estas opciones, la que parece menos segura es la de Paraguay, por una simple cuestión geográfica para el traslado de los hinchas. Y la del portaaviones aparece sobradamente como la más exótica, pero a la vez como la más segura. Porque si algo queda claro, es que el elemento que no se está sabiendo controlar es el humano partidario afiliado a organizaciones de dudosa confiabilidad, más conocido como “el barra”. Por otro lado, la opción Catar se presenta como un tentador botín atractivo para los mismos que hoy deliberan dónde se juega y si se juega. Porque hay otro ingrediente que viene cobrando fuerza en el fútbol actual, bautizado por los argentinos: el escritorio. Creemos que ni los propios hinchas de Boca querrían contar en su palmarés con un título logrado de dicha forma, tal vez por la certeza de que el fútbol estará mejor cuanto más alejado se encuentre de los hombres de traje.
¿Resultó ser “la final del mundo” la peor final del mundo? Ah, creemos que sí. Una final de Copa Libertadores que será recordada por siempre por eternas previas de sendos “no-partidos”, en las que ciertos hombres –también de traje- hablaron durante jornadas interminables sin que rodara ninguna pelota; no puede ser algo bueno. Todos los de traje; dirigentes, políticos y periodistas, tienen parte de los derechos federativos de los muchachos que entienden como algo normal tirarle piedras y/o botellas al ómnibus del equipo rival. Que se anoten ese poroto de una buena vez.
Boca-River, Copa Libertadores, La final del mundo, Prof. Hermes J. Sanabria