El rincón de las arañas
Prof. Hermes J. Sanabria
Se veía venir, se comentaba en la mesa del café y en la oficina, era cuestión de tiempo nomás. Danubio había contratado al buen delantero Federico Rodríguez y lo único que restaba por saber, era qué número iba a usar Pablo Cepellini en el equipo de la franja. ¿Alguien dudaba de que Rodríguez iba a convencer a su socio inseparable para esta nueva aventura?
A esta altura, la sociedad Cepellini-Federico Rodríguez, es más clásico que Defensor-Danubio. El uno para el otro, como dice aquel hit de Estoyanoff y señora, hoy desplazado por “Sol, plaia y arena”. Desde las inferiores de Bella Vista, el ascenso al unísono al primer equipo papal, la foto juntos en el Palacio Peñarol y el Sudamericano Sub 20, el viaje a Italia -aunque a equipos diferentes-, el buen paso por Boston River y la llegada a Danubio…
¿Qué tienen en común todos esos momentos? Es fácil, y no es el pelo de Federico Rodríguez, hoy un recuerdo como aquella camiseta de Peñarol que supieron usar para la foto. La clave, es que tienen que estar juntos. En Italia no anduvieron, porque los tanos no se avivaron de que tienen que estar unidos para rendir y que separarlos es tan arriesgado como operar a unos hermanos siameses. Por eso, Danubio apuesta al paquete conformado por estos dos hermanos de la vida. A esta altura, no importa que la gente no sepa cuál es Cepellini y cuál es Rodríguez, o que piensen que son la misma persona. Son una combinación que no falla, como el helado triple, la ensalada mixta o el queso con membrillo.
Se ha dicho que la sociedad es algo más que la suma de los individuos que la componen, que se trata de un ente con personalidad propia. Esto lo han expuesto sociólogos, no es un invento de este cronista ni una conclusión de algún trasnochado en la barra de un bar. Por eso, no debería sorprender que ese ente que podríamos llamar “Federico Cepellini” o “Cepedríguez”, tenga vida propia más allá de los talentos individuales de sus componentes.
Alguna vez, un poeta francés dijo, con un manejo de los sinónimos digno de Juan Carlos Scelza: “El placer de convertirse en un dúo indivisible, invisible, innegable e insanable es uno de los rasgos más bellos del amor”. Entiéndase en este caso amor de amigos o de hermanos, de los que se entienden con una mirada dentro y fuera de la cancha. Ya se otorgarán los padrinazgos cruzados de sus vástagos, ya conformarán una dupla técnica sin igual luego de colgar los botines (en un mismo partido despedida), ya el hijo de uno se ennoviará con la hija del otro. Un día, alguien escribirá la historia de dos muchachos a los que un día se les ocurrió ir a probarse a Bella Vista. “Lo que el fútbol ha unido, que nadie lo separe”, podría ser el título.
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