El rincón de las arañas
Prof. Hermes J. Sanabria
Desde que uno tiene uso de razón -es decir desde hace unos cuantos carnavales- se dice que, en el fútbol, “ganar cura todo”. Si lo habremos visto, desde adentro de la cancha o desde el otro lado de la raya de cal; incluso como espectador o como cronista. La victoria, o las rachas victoriosas, engañan a la memoria y sumergen a las personas en una realidad edulcorada. Lógicamente, eso es para los que están del lado de los ganadores, que son los que generalmente cuentan la historia a su total conveniencia. Y está bien, porque para algo ganaron.
Este verano de 2018, encuentra a un Jorge Barrera mucho más estilizado, a un Leonardo Ramos ícono de la moda y a un plantel de jugadores de jerarquía en el mejor momento de sus carreras. Del gerente deportivo, ni se habla, porque no podría hacer las cosas mejor. Todos, además, son de golpe rubios y de ojos celestes. Es que ganar, vuelve linda a la gente. El ganador, en cualquier orden de la vida, tiene en la confianza el combustible que lo posiciona de otra manera frente a los ojos ajenos y por qué no, también a los propios. Uno, cuando viene “dulce”, se mira en el espejo y se gusta.
Por otro lado, son días en los que José Luis Rodríguez es catalogado como el peor presidente de la historia de Nacional, Alejandro Lembo es tildado de frívolo, Alexander Medina está verde y todavía trajo a Aguiar, y el plantel hace más agua que el Titanic. No hay caso, la derrota hace aflorar lo más exacerbado del pesimismo en el ciudadano de a pie. “La alegría va por barrios”, dijo alguien, sabiendo que en algún otro momento le tocará pasar por La Blanqueada. Porque si hay algo seguro, es que el fútbol se trata de ciclos. Ya se percibirá al Puma hasta con un poco de pelo y mejor modulación al hablar, se verá a Lembo como un sólido manager y se escribirán loas a la visión del Cacique al traer a un ex aurinegro. Nadie las tuvo todas consigo siempre, ni vivió eternamente orinado por los elefantes. Las buenas se terminan y las malas se revierten.
Todo es cíclico, los goleadores infalibles en algún momento empiezan a ver el arco más chico y los goleros más afiatados se vuelven menos seguros que salir a caminar solo por la noche en algún barrio picante. Los errores garrafales que en el pasado fueron de Peñarol, juegan ahora del lado de Nacional. Ya vendrán nuevos clásicos, nuevas rachas, y se dará vuelta la tortilla tantas veces como años tenga el hincha que haga memoria. Como dijo Fidel, luego de picarla por encima de Conde: “la historia me absolverá”.
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