El rincón de las arañas
Prof. Hermes J. Sanabria
Allá por 1993, Nacional juntaba en su delantera a Juan González y Osvaldo Canobbio, dos jugadores que supieron darle buen rendimiento a la institución de La Blanqueada y lograron quedar en el corazón de sus hinchas. En este 2018 que comienza, Giovanni González y Agustín Canobbio reeditarán la sociedad conformada por sus progenitores, pero con la camiseta de Peñarol. ¿Qué tendría esto de llamativo? Apenas el detalle anecdótico, y que el joven González se llama igual que su padre, pero en otro idioma. Debería ser apenas una curiosidad, al menos en otros países en los que las rivalidades deportivas son eso, rivalidades deportivas y no otra cosa.
Es aquí, donde se empiezan a confundir los límites de lo que entendemos como fútbol profesional. A un jugador se lo debería medir por el rendimiento ofrecido en el campo de juego, en todo caso por la relación costo-beneficio o por su participación en logros deportivos de la institución a la que defiende. El resto, si es hincha o no, si de chico era de uno y después se hizo de otro, si fue socio, si se sacó una foto y la publicó en sus redes sociales, si en el cumpleaños de un amigo dejó entrever que su sueño era jugar en uno o en otro, si su padre jugó en uno y él en otro… todo tan anecdótico e irrelevante como el tercer arquero en un Mundial o como saber a quién va a votar el capitán de nuestro equipo en las próximas elecciones.
Por esas insólitas cuestiones que han ido invadiendo al fútbol moderno, se cuestionará a González y a Canobbio padres por no haber interferido en las decisiones de sus vástagos de ir al tradicional adversario. Se tildará a dos muchachos de traidores, como se hizo desde la otra vereda con Luis Aguiar y antes con tantos otros que jugaron en los dos equipos grandes de nuestro país. No solo eso, también se pretenderá entrar en debates estériles acerca de aquel momento en el que al más joven de los Canobbio le trajeron la camiseta aurinegra los Reyes Magos o si en realidad el Juanchi González siempre fue manya y el que era bolso era el Lucho Romero, pero fueron cruzados a propósito por Paco. ¿Con qué necesidad?
Si los botijas andan bien, de un lado se escucharán improperios de todo tipo hacia sus padres y por qué no, hacia ellos mismos. Si andan mal, desde el club que hoy los acoge, llegarán elucubraciones acerca de que fueron obligados por algún empresario a vestirse de amarillo y negro, como antes les pasó a tantos en las dos veredas. Señores, acá hay dos jóvenes valores que se quieren comer el mundo jugando a la pelota, dejémonos de inventos y que ellos escriban sus propias historias.
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