El rincón de las arañas
Siempre decimos que se juega como se vive, y que el fútbol es casi una radiografía de los pueblos. Por eso es que, cuando algún jugador rompe el molde de nuestra manera de jugar y de vivir, se nos transforma en un problema al que no sabemos cómo utilizar. No sea cosa de poner más de dos habilidosos juntos. Es así, que ya desde el Baby Fútbol, se le va enseñando al botija a no hacer payasadas, a no demostrar más habilidad de la estrictamente necesaria, y mucho menos a lo que se conoce como “pizarrear” al rival. Fíjese usted, que hasta cuando un cuadro uruguayo hace algún más de lo habitual en alguna justa internacional, nos sentimos como incómodos, como desconfiados, porque esa no es nuestra esencia. Por eso llamaba tanto la atención la sonrisa eterna de Mario Ignacio Regueiro en un fútbol gris.
Ya desde los primeros técnicos, el niño oriental tendrá contacto con personas de gesto siempre duro, de sonrisa escasa y palabras justas. Mientras tanto, en Brasil se criarán jugando descalzos en la playa entre música y cocos, con entrenadores que antes que nada enseñan a canalizar la alegría y a exhibir la técnica individual ante cada oportunidad. Y así salen después; desinhibidos, alegres, creativos, deslizándose en los terrenos de juego como si estuvieran en el Sambódromo.
Pero por estas tierras, eso está mal visto. El uruguayo se cuestiona cualquier exceso. Si el gurí va viendo que es muy bueno, o técnicamente superior al resto, se avergüenza de plasmar algún lujito excesivo por miedo al qué dirán. Ya se le va enseñando que un tranque siempre hay que ganarlo, que la pierna fuerte cosecha más aplausos que un caño o una jopeada, que nuestros triunfos siempre se construyeron así. Mientras ellos son una mezcla de Ronaldinho, Gilberto Gil, las novelas de O Globo y el Carnaval de Río, nosotros seríamos el resultado de Obdulio, Zitarrosa, El dirigible y la retirada de murga más triste. Choque de estilos, ni mejor ni peor. Pero no debemos perder de vista que a ellos también les cuesta enfrentarnos.
Entonces, aunque se trate de juveniles, son partidos que no admiten distracciones. Ni cargarnos la mochila de porque les ganamos en Maracaná tiene que ser así siempre, ni entrar derrotados de antemano. Eso sí, que ellos jueguen con su alegría y nosotros con nuestra seriedad. El brasileño no es el argentino, esto es una obviedad como aquella que tanto nos gusta usar de “Brasil siempre es Brasil”. Así como son los únicos del continente que hablan en otro idioma, tienen un estilo único al que hay que saber contrarrestar. Por ende, no se les puede jugar igual, y hay que dejar atrás la victoria ante los albicelestes sabiendo que un buen resultado hará que el carro quede casi lleno de gente.
Brasil, el rincón de las arañas, Profesor Hermes J. Sanabria, Sudamericano sub 20, uruguay