El rincón de las arañas
Prof. Hermes J. Sanabria
En Diego Armando Maradona caben muchos Maradonas, como una matriushka infinita y llena de sorpresas. Todos esos Maradonas conviven en el imaginario colectivo con cada nueva versión de un hombre que se reinventa constantemente, porque uno se debe aburrir rápido siendo el mismo Maradona por mucho tiempo. Pero hay uno de ellos que permanecerá por siempre atado a un lugar en el que fue más feliz que nadie, aferrado a una copa dorada que significa el tesoro más preciado para cualquier persona que alguna vez jugó al fútbol. Maradona es, sigue siendo, aquel que en el calor de una tarde mexicana, abrazó la gloria eterna. Maradona es, también, México. Y dorado, como la copa. El “Pibe de oro”, como lo llamaron alguna vez, fue más dorado que nunca en la altura del Estadio Azteca. Para siempre.
Dicen que uno siempre vuelve a los lugares en los que fue feliz, o al menos lo intenta. Está aquello de que queremos volver a sentir las cosas que nos hicieron bien, esas experiencias intransferibles que nos llevan a tomar decisiones que a veces son inentendibles para los demás. Y si sabrá Maradona de vivir a su manera y de que millones de personas juzguen cada uno de sus actos. Como seguramente, estén juzgando ahora su decisión de dejar un contrato de 3 años como presidente de un club europeo, para ponerse una vez más el buzo de D.T. Se le ríen, algunos. Hacen memes, otros. Seguramente, ninguno conoció ni de cerca la pasión de este hombre por ese juego que lo elevó hasta donde algunos dicen que habita un Dios que le prestó su nombre.
Dorados de Sinaloa no es el América, ni el Toluca, ni Tigres, ni Cruz Azul. Es el equipo que alguna vez vio jugar a Pep Guardiola sus últimos partidos y el que va antepenúltimo en la segunda división del fútbol mexicano, por lo que, si Maradona logra hacerlo ascender, más de uno se va a tomar más en serio lo de llamarlo D10S. Tal vez se parezca a Mandiyú de Corrientes, a Racing, a la selección argentina, al Al Wasl o al Fujairah. O a ninguno, porque en lo único que se parece es en que tiene a Maradona en el banco.
“Si yo fuera Maradona, viviría como él”; dice la canción. Por eso es que no hay que ocuparse en entenderlo. Tal vez, no tenía ganas de estar tres años fumando habanos en una oficina de Bielorrusia; o el legado de Menotti y Bilardo lo llevó a querer volver a ser lo que muchos le dicen que no puede ser: un director técnico en serio. ¿Qué estilo impondrá Diego en el equipo? No importa demasiado. En el fondo, solo se trata de un hombre que sigue buscando la gloria, atraído por el destino al mismo país donde alguna vez la conoció. “Vivir, con el alma aferrada a un dulce recuerdo”, cantó Gardel. Y Maradona, que además de ser Maradona también fue Gardel y cada día juega mejor, sabe que siempre vale la pena volver.
Dorados de Sinaloa, Maradona, México, Prof. Hermes J. Sanabria